Recluido en mi sótano trato de inventar una frase y la olvido. En realidad llevo días colapsado y cuando quiero escribir mi mente vuelve a ella.
Ella era mi tía Matilde. Me basta sumergirme de nuevo en el recuerdo inextinguible de su mirada limpia e ingenua, o tal vez sabia y optimista, para romper el hielo y renacer a una primavera floreciente.
Mi tía, hacía tiempo padecía del corazón en silencio. Ingresó de nuevo en un hospital y esta vez no se quedó, partió a ese lugar desconocido o tan trillado que a lo mejor se encuentra aquí ahora mismo, sentada sosegadamente a nuestro lado, tomando una copita de vino y degustando un delicioso manjar. Amaba las delicias que la vida nos regala y sabía que estamos aquí para disfrutar, no para sufrir y sacó buen provechó de una lección que aprendió como pocos entendemos.
El otro día no se rindió a la muerte, abrió sus alas a un firmamento eterno y allí sigue, haciendo lo que sabe: Escribir libros inspirados en el misterio, la ternura, y ciertos sentimientos mágicos.
Hay algo que echaré de menos. El regocijo contagioso con que me dejaba siempre después de sus animadas y alegres visitas. Eso también era mágico y sobre todo único.
José Fernández del Vallado Gª Agulló. Abril 2013.
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